A ti levanto mis ojos, Padre Dios,
a ti elevo mi corazón y mis manos al comenzar el día.
A ti encomiendo mi ser, mi vida entera.
Como los ojos del niño pequeño
están pendientes del padre y de la madre,
así están mis ojos puestos en ti, Señor,
esperando tu amor, recibiendo la vida,
seguros del perdón de quien ama.
Muchas veces siento que soy como el ciego del camino:
tengo los ojos cerrados a la luz
y siento duras escamas
que me impiden ver lo bello que hay a mi alrededor.
Señor, me ciegan tantas cosas:
es la vida con sus luces de colores;
es la comodidad y el deseo irresistible de placer;
es el dinero con sus cadenas que me aprisionan.
Llega a mí cada día ese mundo calculado
y sin piedad de la propaganda.
Llega a mí cada día ese mundo de lo fácil,
de lo cómodo, de lo rastrero...
y me dejo atrapar porque estoy ciego.
Señor, ábreme los ojos a tu vida.
Enséñame a descubrir y a mirarlas cosas bellas
que has puesto en mi vida.
Enséñame a ver lo bueno y bello
que has puesto en las personas que viven a mi lado.
Queremos ver el mundo con ojos limpios.
Queremos abrir nuestros ojos a la luz de tu evangelio.
Queremos mirar la vida de frente y con sentido.
Quiero que la fe sea antorcha en mi camino.
Quiero verte y quiero aprender que la vida,
el dolor y la muerte, sin tu luz son caos.
Quiero ver en cada hombre un hermano.
Quiero abrir los ojos a mí mismo,
y ver dentro de mi vida.
Queremos poner los ojos en las cosas
y buscar en ellas tus huellas.
Señor, enséñame a ver.
Porque el pecado es tiniebla densa.
Señor, limpia nuestros ojos y nuestro corazón
para que podamos ver desde dentro.
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