Siempre me ha parecido que el “hacer Ejercicios” es un don inmenso, especial herramienta de quienes vivimos la espiritualidad ignaciana; pero el paso de los años me ha confirmado que el “darlos” no solamente confirma la gracia de ser testigo del paso de Dios por la vida de cada uno de los ejercitantes, sino también un ministerio de servicio. Más todavía cuando el que los da es un laico (¡cuantas ventajas y dolores de cabeza me ha traído esta condición...!).
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