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lunes, 11 de febrero de 2008

El DESIERTO

Desierto. Allí fue empujado Jesús por el Espíritu y allí eres tú también llevado para vivir la Cuaresma, para salir de tu vida cotidiana, rutinaria, quizás cómoda... y emprender la aventura de 40 días, imitando la misma experiencia de Jesús en el desierto, encontrando “caminos nuevos” por donde luego salir al mundo de forma diferente como seguidor de Cristo.
El desierto es lugar de encuentro con el Señor, escenario privilegiado para fortalecer la relación con Él, y lugar de tentación, donde brotan los fantasmas, los miedos, las heridas, las incongruencias, los fallos y debilidades… Quien no tiene miedo a vivir, alguna vez, en el desierto, sale transformado de una u otra manera.
Al desierto va uno como Elías, a reencontrarse con Dios, a huir del peligro de contaminarse en un mundo que prácticamente ha claudicado mucho de mirar al Verdadero Dios. En el desierto, déjate seducir de nuevo por Él, el Dios ‘semper maior’...

"El desierto lleva en sí el signo de la aridez, del desasi­miento de los sentidos, tanto para la vista como para el oído; lleva en sí el signo de la pobreza, de la austeridad, de la senci­llez más absoluta; el signo de la total impotencia del hombre que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios sólo. Por otra parte Dios es quien lleva al desierto, porque el espíritu no puede ser mantenido allí sin ser sostenido directamente por Dios. Para ir al desierto hay que creer que Dios puede venir a encontrarnos en la oración" (R. Voillaume).

Decía San Benito que toda la vida del monje debía ser una Cuaresma. Bueno, quizás para los monjes sea así, pero para ti este enfoque puede perder de vista la gran verdad de que toda la vida del cristiano debe ser un medio (Cuaresma) para esa Pascua continua a la que somos llamados. Usar y no abusar. De los bienes de este mundo, gozando de ellos en actitud agrade­cida, contemplándolos para descubrir en ellos la gloria del Creador que se te regala en ellos.
¿Es bueno este tiempo de desierto? Sí, como tiempo favorable, tiempo de gracia, tiempo de escucha privilegiada, tiempo de silencio para saber por dónde apuntar hacia Cristo por nuevas rumbos, tiempo para darle la vuelta a ciertas actitudes, tiempo para redituar o cambiar,… Permite que tu persona no se estanque y anquilose. Deja que crezca. Déjala crecer. Aprovecha esta oportunidad que se te ofrece y no “eches la gracia por saco roto” un año más. Sólo cuando hayas pasado la prueba de la pri­vación podrás decir con San Pablo: "Sé andar sobrado y sé andar escaso; estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación" (Flp 4,12). No vivas el desierto como obstáculo sino como trampolín para alcanzar LO MEJOR.
Enviado por Fernando Arrocha sj

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