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martes, 4 de marzo de 2008

El MAL del ser HUMANO

Es muy posible que hayas pasado temporadas durante las que te parecía que todo el mundo te acechaba con malas intenciones. Tal vez entonces te han dicho que sufrías manías persecutorias, o te lo has creído tú mismo. No te alarmes, Jesús pasó por situaciones semejantes, especialmente al final de su vida. Por ejemplo, había acabado el incidente aquel de la mujer encontrada en adulterio, que Él no la había condenado, cuando se metió en otro berenjenal, que le ocasionaría nuevos problemas. Semejante situación es la que explica el evangelio de ayer domingo.
El hecho en sí es sencillo de explicar. Acuérdate de que se trata del encuentro de Jesús con un ciego de nacimiento. Le pone saliva y tierra en los ojos y le recomienda que se los lave. Lo que se preguntaban los discípulos entonces es lo que todos, en un momento u otro, nos preguntamos ¿de donde viene el mal que sufre el hombre? ¿Quién es el culpable de sus desgracias? De antiguo se había oído explicar que el pueblo hebreo sufrió los 40 años del desierto como castigo por su infidelidad. Posteriormente se le había dicho que el mal del destierro en Babilonia, le había servido para purificar a la sociedad que se había alejado de los designios de Dios. Un ciego de nacimiento ¿a qué, o a quien, debe atribuir su desgracia? Lo de que el mal sea un castigo estaba, y está, muy metido en las entrañas de la gente. Pero, en este caso, si el mal comportamiento había sido de sus padres, era una injusticia que él sufriera consecuencias adversas. Tampoco se podía afirmar que aquel hombre fuera el culpable, porque nadie es capaz de pecar antes de haber nacido.
Dilo con la valentía con que lo dijo Jesús. Aquella desgracia en la que había vivido aquel buen hombre, estaba preparando el prodigio del Señor. Y con ello, muchos empezarían a creer en Él. Aquel ciego se curó y continuó viviendo, probablemente mucho mejor que cuando, siendo invidente, pedía limosna. Aquel ciego curado sirvió en aquel momento para que muchos creyeran en Jesús, para que tú recordando el milagro, mejores tu vida, para que se manifestase la cobardía de unos y la estupidez de otros.
Aquel buen hombre había aceptado con simplicidad su desgracia. Había acatado con docilidad que le mojaran los ojos con tierra y saliva, había aceptado ir a lavarse a Siloé. No había puesto ningún pero. Confió en el Señor. No se sabe nada específico de él, ni siquiera su nombre, pero no debes olvidarle, debes sentirte agradecido a su modestia y aprender de él. Es preciso que ahora hagas un sincero examen y que observes cómo en el actual ancho mundo, tantos inocentes sufren enormes desgracias inexplicables, que no se merecen. No puedes vivir indiferente o altivo como los fariseos o blindar tu mirada a escenas desagradables. ¿Será que el Señor te quiere utilizar para, ayudando, mostrar de nuevo “sus prodigios”?

¿SOY CIEGO, SEÑOR?
Digo creer en Ti, y vivo como si no existieras
Pretendo caminar por tus sendas y no palpo tu presencia
Presumo de conocerte y apenas escucho tu Palabra
Digo que ¡nadie hay como Tú!
y tiemblo cuando las dificultades asoman
¿SERÉ ACASO CIEGO, SEÑOR?
Abro los ojos ante el mundo
y me cuesta decir que Tú lo mueves
Confieso que Tú eres la luz del mundo
y me escondo en oscuridades peligrosas
Rezo mirando al cielo
y a la vez me fío demasiado
de las decisiones del mundo
¿TENDRÉ CEGUERA ESPIRITUAL, SEÑOR?
Soy humano y, muchos días,
me considero exclusivamente divino
Soy pecador y, queriendo o sin querer,
me las doy de justo y honrado
Afirmo conocer todos los secretos
y, a mis ojos, se escapa lo esencial
Conozco la ciencia y la matemática
y no sé cómo encontrarte en mi vida
¿SERÉ CIEGO, SEÑOR?
Porque leo tu Palabra
y, pienso que es para los demás
Escucho tu Palabra
y creo que no va conmigo
Camino, subo y bajo, corro y avanzo
y me tropiezo a cada instante
dándome de bruces
contra mis propias ideas y pensamientos
¡CAMBIÁME, SEÑOR!
Mi naturaleza humana, para reconocerte
La forma de mirar para no perderte de vista
El ritmo en mi caminar para ir a tu lado
El ruido de mi existencia para escuchar tus pisadas
Los nubarrones de mis pensamientos
para que Tú seas la luz de todo mí ser
¿ESTARÉ CIEGO, SEÑOR?



Enviado por Fernando Arrocha sj

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