¿Qué se puede decir ante Cristo muerto? Todos sabemos por experiencia lo difícil que es decir algo en presencia de un muerto. Ante el misterio de la muerte las palabras están de más. Tanto más, cuando el muerto es Jesucristo, el hijo del hombre, el hijo de Dios.
¿Cómo ha podido pasar una cosa así? Y ¿cuál es el significado de esta muerte?
En Jesús, el hijo del hombre, muere el hombre, cada ser humano, cada uno de nosotros. En su muerte está presente la muerte de todos los inocentes, de todas las víctimas de la violencia y de la injusticia, la muerte temprana e inmerecida de tantos. Y, en el fondo, ¿quién merece la muerte? En la muerte de Jesús podemos descubrir la muerte de nuestros muertos, de nuestros seres queridos, incluso podemos anticipar la propia muerte que en algún lugar y en algún momento nos está esperando.
También podemos descubrir en esta muerte esas “pequeñas muertes” de la vida cotidiana, que nos hablan de nuestra limitación y debilidad, que el mismo Jesús ha tomado sobre sí.
Pero en el Cristo muerto descubrimos también la muerte del hijo de Dios, la muerte de Dios. La voluntad humana, enferma por el pecado, ha querido de múltiples formas ocupar el lugar de Dios, desplazarlo y excluirlo de nuestra vida, hacerle callar, impedirle que nos hable, que venga a pasear por nuestro jardín “a la hora de la brisa” (Gn 3,8), que nos exija, nos corrija, nos cure y nos consuele.
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