Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Mientras es de día, tengo que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».
«Ve a lavarte en la piscina de Siloé» (que significa Enviado).
El fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían «No es él, pero se le parece».
Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver».
Llevaron donde los fariseos al que antes había sido ciego.
Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había recobrado la vista.
Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y había recobrado la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?».
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiesa ante Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador».
expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?».
pecado persiste».
La ceguera es uno de los graves problemas que tenemos los cristianos. Es cierto que en nuestra vida nos movemos más por motivos honrados, sanos, llenos de franqueza, más que por egoísmo, orgullo, mentiras... No nos pasamos la vida falseando los hechos o tratando de engañar a los que nos rodean. No, no es eso.
Sin embargo, date cuenta de lo que hay en tu vida que consiste en eludir, en esquivar, en no enfrentarte a las obligaciones cotidianas. Date cuenta de las veces en que te cuesta reconocer y ver tus equivocaciones, tus faltas, tus pecados. No es que obres con mala intención. Sencillamente es que estás eludiendo lo que te urgiría a vivir con más verdad.
Mira a ver si escuchas las llamadas que nacen desde tu conciencia y que te invitan a ser mejor. A veces, la actitud es de pasar de largo. “Eso no va conmigo”. Entonces, es preferible cerrar los ojos –y el corazón, claro- a la realidad de la vida, la tuya, la nuestra.
La historia del ciego de nacimiento te invita a la conversión. Jesús te ofrece barro para abrirte los ojos. Jesús te invita a vivir desde tu verdad más honda, te invita a ver con lucidez y autenticidad el mundo que te rodea. Desde ahí vivir lo fundamental: verte con los ojos de Dios, es decir, con una mirada de amor y ternura, de aceptación y verdad. Y reconocer los intereses y prejuicios que te pueden cegar y te hacen “ver sólo lo que quieres ver”.
No te encierres tercamente en tu ceguera. No te obstines en defender lo que es indefendible en la vida. No te sigas engañando por más tiempo. Examina tu ceguera, aquella que te impide cambiar actitudes y mentalidades propias. “No hay peor ciego que el no quiere ver”. Abre los ojos.
Ya lo dice el evangelio de este domingo: cuando un hombre o mujer se deja iluminar y trabajar por Cristo, se le abren los ojos y comienza a verlo todo con luz nueva. Date esa oportunidad, es hora de caminar.
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