Dicen que en Haití hay fábricas de galletas que mezclan barro, con margarina y azúcar, y que la gente las come; si no hay más, la gente las come. Y claro, ¿quién va a proponer en nuestro mundo desarrollado, y en el modo como vamos a abordar la crisis económica, que empecemos por el problema del hambre de esa gente? Entre nosotros, por el contrario, todo el mundo espera una salida pronta y con costes reducidos para nuestro modo de vida. El problema es si nos llega para ir de vacaciones o, lo que es más grave, para pagar la vivienda, o aún peor, para alimentarnos bien. Yo lo entiendo, no me hago el bueno. Pero sí digo una cosa. ¡No sé cómo los pobres y los débiles nos respetan tanto! Tal vez porque son tan débiles que ni pueden presionar y condicionarnos con sus necesidades extremas.
Por José Ignacio Calleja. Sigue leyendo en Eclesalia...
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